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16 de abril de 2012

Edward Jenner realizando la primera vacunación contra la viruela, según Gaston Mélingue


Gaston Mélingue (1840-1914). Jenner inoculant la vaccine (1879)
Óleo sobre lienzo
Académie Nationale de Médecine. Paris.


El pintor francés Gaston Mélingue nos ofrece una imagen de como pudo ser la primera vacunación contra la viruela, en 1796, que me parece más cercana a la realidad que la de Hillemacher, que veíamos en la entrada anterior.

Aquí el niño James Phipps -que sí aparenta tener 8 años- no parece demasiado conforme con lo que le están haciendo, como tiene que ser. La vaquera Sarah Nelmes se dedica a vendar cuidadosamente su mano derecha, de la que acaban de extraerle pus. Un ayudante sujeta al niño, para que Jenner pueda inocularle ese pus en el brazo. Los demás contemplan la escena curiosos y sorprendidos. Falta la vaca...

El cuadro se encuentra -según mis datos- en París, en la Academia Nacional de Medicina, pero no lo puedo asegurar.

Enlaces de interés:


13 de abril de 2012

Edward Jenner vacunando a un niño contra la viruela


Eugène Ernest Hillemacher (1818-1887). Edward Jenner vacunando a un niño (1884)
Óleo sobre lienzo.
Imagen tomada de Wellcome Images



Hasta su erradicación, certificada oficialmente por la Organización Mundial de la Salud el 9 de diciembre de 1979, la viruela había matado -o, al menos, desfigurado- a millones y millones de personas de todo el mundo a lo largo de la historia de la humanidad.

Los orígenes de la viruela son desconocidos. Se han encontrado evidencias de su existencia en cuerpos momificados egipcios que datan de hace unos tres mil años. También hay constancia de su presencia en China más de mil años antes de Cristo. Pero no se sabe como llegó a Europa. En los escritos hipocráticos, por ejemplo, no se encuentra recogida. Sí hay certeza, en cambio, de que en la Edad Media, con motivo de las cruzadas, ya se había convertido en un terrible problema de salud en el viejo continente. En la era de los descubrimientos, los europeos propagaron la enfermedad, y con la llegada de los españoles a América la viruela se extendió rápidamente entre los aztecas y los incas, diezmando a la población, lo que sin duda ayudó a la conquista. Ya en el siglo XVIII, la viruela era una pandemia y la principal causa de mortalidad de la época. Sólo en Europa, cada año morían unas cuatrocientas mil personas.(1)

A finales del siglo XVIII, un médico rural inglés llamado Edward Jenner observó que quienes se dedicaban a ordeñar las vacas -algunas de las cuales presentaban en las ubres unas lesiones parecidas a las de la viruela- se contagiaban y les aparecían lesiones similares en las manos, que curaban sin mayores problemas. Entonces decidió realizar un experimento que hoy sería impensable e imposible. El 14 de mayo de 1796 Jenner tomó pus de una pústula que tenía en la mano la vaquera Sarah Nelmes y la inoculó en el brazo del niño de ocho años James Phipps. Dos meses después, el 12 de julio, lo que le inoculó Jenner al mismo niño fue auténtica viruela humana: pero el pequeño James no sufrió la enfermedad, demostrando así los efectos protectores de la vacuna (nombre que tiene su origen, lógicamente, en el importante que desempeñaron las vacas en este descubrimiento).

Ochenta y ocho años más tarde, en 1884, el pintor francés Eugène Ernest Hillemacher (1818-1887) representó en el cuadro que ahora vemos el momento en que el médico inocula el pus al niño James Phipps (a quien nos muestra bastante más pequeño de como era en realidad) tomada directamente de la mano de la vaquera Sarah Nelmes (que es la joven que sostiene al niño en sus brazos). En el fondo del cuadro, a la izquierda (aunque se ve con dificultad en esta imagen), aparece también una vaca: para que nada falte.

BIBLIOGRAFÍA
(1) ROSAS, María Cristina (2009): "30 años de erradicación de la viruela". Etcétera. [Disponible en: http://www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=2493; consultado el 11 de abril de 2012].

11 de marzo de 2012

El nuevo blog del doctor Jorge Mauricio Barajas Pérez: "El arte en la medicina"


Frida Khalo (1907-1954). La columna rota (1944)
Óleo sobre lienzo montado sobre masonite. 43 x 33 cm.
Colección Dolores Olmedo Patiño, Ciudad de México
(Datos tomados del blog del doctor Barajas)


Quienes nos dedicamos -por pasión, no por otra cosa- a estudiar las relaciones entre la Medicina y las Humanidades estamos de enhorabuena. Ha nacido un nuevo blog: El arte en la medicina. Su autor es el doctor Jorge Mauricio Barajas Pérez, médico-cirujano y partero de la tierra de Juan Rulfo (como a él le gusta decir). La primera entrada de nuestro amigo mexicano no podía tener título más sugestivo: "Los médicos en la pintura de Frida Kahlo". Se puede acceder a ella, directamente, pulsando sobre su título o sobre el nombre del blog que repito a continuación:


¡Bienvenido sea el blog recién nacido! Y la más cordial felicitación para el ilustre partero que lo ha traído a este mundo nuestro en Internet.

28 de febrero de 2012

Los apestados de Jaffa


Antoine-Jean Gros (1771-1835). Bonaparte visitant les péstiféres de Jaffa le 11 mars 1799 (1804), detalle
Óleo sobre lienzo. 523 x 715 cm. (Obra completa)
Musée du Louvre. París

Como médico jefe del ejército de Napoleón en Egipto, durante los años 1798 y 1799, René-Nicolas Dufriche (1762-1837), más conocido como Desgenettes (de quien ya empezamos a hablar en el blog Retratos de Médicos), más allá de las heridas de guerra, tuvo que combatir contra la viruela, el escorbuto, la conjuntivitis aguda, la disentería y otras enfermedades que, como era común en la época, se llamaban con el nombre genérico de "fiebres". Es posible que esas enfermedades causaran mayor mortalidad que las armas del enemigo, a pesar de las rigurosas medidas higiénicas que de acuerdo a los conocimientos de la época ordenó establecer Desgenettes. Pero, de todas ellas, la peor sin duda y, paradójicamente, la que más ha influido en que hoy recordemos al jefe médico de aquel ejército napoleónico, por cuadros como los que podemos ver en esta entrada, fue la peste.


La peste es una de las enfermedades infectocontagiosas que más mortalidad ha producido a lo largo de la historia, originando numerosas epidemias y pandemias. Está causada por una bacteria, la Yersinia pestis, llamada así en homenaje al bacteriólogo franco-suizo Alexandre Yersin, que la descubrió en 1894. Los roedores, como las ratas, portan la enfermedad y esta se propaga por medio de las pulgas. Los humanos pueden contraer la peste cuando son picados por una pulga que porta la bacteria de esta enfermedad a partir de una rata infectada; pero esto no se supo hasta que lo describió Yersin, casi un siglo después de que ocurrieran los acontecimientos que se expondrán a continuación, y que llevaron al médico Desgenettes a enfrentarse con Napoleón. El contagio directo entre humanos es raro, ya que sólo puede producirse en una variedad de peste pulmonar, llamada peste neumónica.


Los primeros casos de la epidemia que afectó a las tropas de Bonaparte aparecieron durante la penosa travesía del desierto que tuvieron que realizar para escapar del hostigamiento al que les estaban sometiendo los ingleses, por un lado, y los otomanos por otro. Desgenettes, al tener noticia de esos primeros casos, en un intento de que la moral de los soldados no se viera afectada, prohibió incluso que se pronunciara el nombre de la temible enfermedad, sustituyéndolo por eufemismos como "fiebre bubonosa" o "enfermedad de las glándulas". Él mismo, siempre con el fin de que no decayera la moral de los hombres, tanto sanos como enfermos, realizó diversos actos más temerarios que valientes, como beber delante de todos, del mismo vaso que acababa de utilizar un enfermo, los restos del medicamento que se le había administrado. Pretendía así demostrar que la enfermedad no se transmitía por la saliva, como se venía diciendo (cosa que él no podía saber entonces, pero que resultó ser tal como afirmaba). En otra ocasión, se inoculó públicamente pus tomado directamente del bubón de un apestado, sin que se contagiara de la enfermedad. Esta escena sería posteriormente representada en varios grabados; aunque aquí traemos la que acompañaba al sello emitido por la República Francesa, el año 1972, en memoria de Desgenettes.





Lo cierto es que, a principios de 1799, en la ciudad de Jaffa (hoy perteneciente a Israel) a orillas del Mediterráneo, los servicios sanitarios franceses tuvieron que organizar la asistencia de la ingente cantidad de soldados afectados por la epidemia.


En abril de 1799, Napoleón decide evacuar a su ejército por mar, de vuelta a El Cairo. Pero se le plantea el problema de los enfermos de peste y sugiere a Desgenettes, en presencia del general Berthier, su Jefe de Estado Mayor, que se acortara la vida de los enfermos administrándoles altas dosis de opio, a lo que el médico respondió tajante: "Mi deber es mantenerlos con vida". Ante la determinación de su médico jefe, Napoleón pareció ceder y manifestó que se adoptarían medidas especiales para su evacuación. Sin embargo, en cuanto pudo, a espaldas de Desgenettes y de acuerdo con el farmacéutico jefe, Roger -según la bibliografía consultada- los apestados recibieron dosis letales de láudano (un preparado compuesto de opio y otras sustancias) para acabar con ellos. Su muerte masiva, no obstante, fue atribuida al incendio que, precisamente, se declaró en el lugar donde estaban concentrados. Un incendio sobre el que recae la fundada sospecha de que, aunque no lo hiciera personalmente, como es lógico, fue la mano de Napoleón la que prendió la mecha.


Desde aquel episodio surgió una evidente tensión entre Bonaparte y Desgenettes. Esa tensión llegó al extremo cuando poco después, ya de regreso en El Cairo, delante de los científicos que habían acompañado a Napoleón en su expedición a Egipto, el general exclamó: "La química es la cocina de la medicina". Inmediatamente, Desgenettes le preguntó: "¿Y cuál es, Sire, la cocina de los conquistadores?". Los dos hombres no volvieron a dirigirse la palabra hasta que Bonaparte partió inesperadamente hacia Francia el 22 de agosto de 1799. Desgenettes permaneció con las tropas en Egipto y no regresaría a su país hasta septiembre de 1801.


En 1804, el pintor Antoine-Jean Gros (1771-1835), como parte de la campaña de autopropaganda que el propio Bonaparte había promovido en su acceso al poder absoluto, presentó el cuadro que da nombre a esta entrada (pulsando sobre la imagen se puede ver ampliada). 

Antoine-Jean Gros (1771-1835). Bonaparte visitant les péstiféres de Jaffa le 11 mars 1799 (1804)
Óleo sobre lienzo. 523 x 715 cm.
Musée du Louvre. París

En el centro de la escena, Napoleón Bonaparte, valiente y compasivo, toca el bubón de uno de los enfermos; hay quien dice que lo hace como aquellos antiguos monarcas a los que se creía dotados de poder taumartúgico y curaban con el simple contacto de su mano, lo que se llamaba el "toque real". A la izquierda de Bonaparte, detrás, en un lugar discreto, se ve parte del rostro del médico (unos dicen que se trata de Desgenettes, otros que era el cirujano Masclet). A la derecha del general, su ayudante de campo, se tapa la boca y la nariz con un pañuelo. En torno a ellos aparece por doquier la miseria de los pobres enfermos, caquéticos, demacrados, muchos de ellos prácticamente desnudos, algunos atendidos por médicos que visten ropas orientales; como oriental es la arquitectura que pinta Gros, sin olvidar situar en lo más alto la bandera francesa como prueba de su dominio sobre la ciudad.


Cabe añadir que además de esta versión, la más conocida, que se encuentra en el Museo del Louvre, existe otra anterior, pintada por Gros en 1802 seguramente preparando la monumental obra que hemos visto ya, más pequeña y con algunas diferencias en los personajes y el lugar, que se puede ver en el Museo Condé, de Chantilly. Es la que se reproduce a continuación.

Antoine-Jean Gros (1771-1835). Les péstiféres de Jaffa (1802)
Óleo sobre lienzo. 91 x 116 cm.
Musée Condé. Chantilly


Finalmente, se puede decir en su honor que -según los famosos Juicios..., publicados en 1828-  Napoleón escribió de Desgenettes lo siguiente:
"Éste es un hombre excelente. Él fue de la opinión de que se dejase vivir a los apestados de Jaffa [...] cuando el ejército evacuó esta ciudad, diciendo que su profesión era la de curar a los enfermos y no hacerlos perecer."

19 de enero de 2012

Las neuronas de Ramón y Cajal: "mariposas del alma"


Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Corteza cerebral humana (1899)

Últimamente no dispongo de demasiado tiempo para mí, para el ocio, para el blog. Esta noche no he podido superar la ansiedad que provoca la adicción insatisfecha, y para remediarlo, mejor que acudir a los ansiolíticos, he preferido hacer una entrada breve pero sólidamente fundamentada en la imagen y la palabra. La imagen es la que acabas de ver, obra del científico español por excelencia, médico, escritor, artista... Don Santiago Ramón y Cajal. La palabra la ponen, en sus respectivas publicaciones (puedes enlazar con ellas pulsando sobre los nombres), don Javier de Felipe, el Centro Virtual Cervantes, y mi querido amigo el Profesor Fernández de la Gala. De este último copio el texto que describe nuestra imagen:

"En este dibujo, trazado una tarde por la mano de Cajal en el Madrid depresivo de 1899, aparecen muy bien descritas las células piramidales de la corteza cerebral. A él le gustaba llamarlas 'mariposas del alma' [...], y no hay duda de que la ilustración de Cajal acierta a mostrar en detalle el cuerpo celular típicamente piramidal de estas células. Se ve también una dendrita apical muy gruesa y erizada de espinas que sale de su vértice y asciende hacia la superficie. De los ángulos laterales del cuerpo surge un ramillete de dendritas basales, y de la base del mismo, un axón que desaparece del dibujo para dirigirse a la sustancia blanca subcortical. Unas células 'delicadas y elegantes -escribió en 1917-, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental'."

Ramón y Cajal fue -además de todo lo demás- un meritorio artista gráfico; mi amigo Fernández de la Gala, tan polifacético como aquel sabio jesuita, Athanasius Kircher, a quien dedica su blog, es -entre otras muchas cosas- un artista de la palabra (hasta Vargas Llosa lo sabe).

8 de enero de 2012

No era un melanoma. Lo que Goya pintó en la sien de la Infanta María Josefa era un lunar postizo


Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828).  María Josefa de Borbón y
Sajonia, infanta de España
(1800). Detalle
Óleo sobre lienzo. 72 x 59 cm. (Cuadro completo)
Museo Nacional del Prado. Madrid

Por segunda vez, el rostro de la infanta María Josefa de Borbón abre una entrada de este blog. La primera fue el pasado 3 de abril de 2011, cuando me hacía eco de lo planteado en una publicación norteamericana acerca del posible melanoma que Goya habría pintado en la sien derecha de la infanta. Dicho planteamiento no parecía descabellado sabiendo que María Josefa falleció año y medio después, sin que se conozca la causa; y sobre todo si, en vez de ver la imagen inicial, tomada del estudio al natural, pintado en Aranjuez en mayo de 1800, que Goya realizó de la infanta (según se dice, tuvo que pintar a cada personaje por separado, por deseo de la reina María Luisa) se ve su retrato en el propio cuadro de La familia de Carlos IV, que se se muestra a continuación.

Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828). La familia de Carlos IV (1800)
Óleo sobre lienzo. 280 x 336 cm.
Museo Nacional del Prado. Madrid
(Pulse sobre la imagen para ampliarla)

En el cuadro, Goya sitúa a la infanta María Josefa en segunda fila (el mismo lugar que ocupó en la historia), en el grupo de la izquierda, detrás del príncipe de Asturias, futuro Fernando VII, y de una joven no identificada (que debería representar a la que fuera esposa del anterior), y sólo delante de donde el pintor, modestamente, se coloca a sí mismo. Si se fijan en la mancha oscura que aparece sobre la sien derecha de la infanta, no es extraño que alguien pueda pensar que se trata de un tumor. Y si ese alguien es médico, puede pensar en un melanoma, del tipo lentigo maligno o, más aún, en una queratitis seborreica.

Detalle del cuadro anterior

Pero Goya ya había pintado antes esas "manchas". Por ejemplo, en la sien izquierda de la reina María Luisa de Parma, la esposa de Carlos IV, en 1789 y 1790.


Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828). La reina María Luisa con tontillo (1789)
Óleo sobre lienzo. 205 x 132 cm.
Museo Nacional del Prado. Madrid


Francisco de Goya (1746-1828). María Luisa de Parma, reina de España (1790)
Óleo sobre lienzo. 127 x 94 cm.
Museo Nacional del Prado. Madrid

Detalle del cuadro anterior


Antes aún, en 1797, se puede ver lo mismo, justo donde acaba la ceja derecha, en este retrato de doña María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo y Silva-Bazán, XIII duquesa de Alba por derecho propio.

Francisco de Goya (1746-1828). Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo,
Duquesa de Alba, cuadro conocido como La duquesa de Alba vestida de negro (1797)
Óleo sobre lienzo. 210 x 149 cm.
The Hispanic Society. Nueva York


Detalle del cuadro anterior

Porque lo que Goya pintó en los rostros de la infanta, la reina y la duquesa, no eran tumores, sino lunares postizos. Y no lo digo yo, lo dice la doctora Olga Marqués Serrano, que de esto sabe mucho:
"Esta mancha ha sido muchas veces interpretada erróneamente como una queratosis seborreica, pero se sabe que era una moda, un parche realizado en terciopelo o seda negra que llevaban como adorno en la sien y parece que a veces usaban para aliviar el dolor de cabeza".(1)

Y lo digo ahora porque entonces, cuando se publicó aquella entrada, en abril del año pasado, mi amiga Carmen Cascón Matas, como buena historiadora y fina observadora que es, en su comentario apuntaba que, seguramente, lo que Goya pintó en el rostro de María Josefa de Borbón era uno de esos lunares postizos. Y yo me quedé pensando... Reconozco que me equivoqué. ¡Hay que tener mucho cuidado con estas cosas!


En fin, como homenaje a don Francisco de Goya, y con mi agradecimiento a Carmen Cascón, a quien le dedico esta entrada, nos despedimos por hoy con imágenes de la obra del genio de Fuendetodos y música de Boccherini.



BIBLIOGRAFÍA
(1) MARQUÉS SERRANO, Olga (2009): La piel en la pintura. Madrid, Reprofot: 192.

17 de diciembre de 2011

La Mona Lisa: un compendio de Medicina Interna


Leonardo da Vinci (1452-1519). La Mona Lisa (1503-1506)
Óleo sobre tabla de álamo. 76,8 x 53 cm.
Museo del Louvre. París


La entrada anterior de este blog, donde los ojos de la Mona Lisa presentaban la interesante iniciativa "Mírame, diferénciate", me llevó a buscar información sobre la "patobiografía" -si se me permite decirlo así- de este personaje representado en la obra maestra del gran Leonardo. El resultado ha sido impresionante: más de doscientos treinta y siete mil resultados ofrece Google en 0,37 segundos... Pero, entre tanta información, me ha llamado especialmente la atención un artículo del Dr. Martínez García (de quien tomo, incluso, el título de esta entrada) publicado en los Anales de Medicina Interna, en el año 2006. Me ha parecido tan interesante el artículo que en esta ocasión, en vez de ser yo quien escriba, que siempre lo haré peor, transcribo a continuación algunos de sus párrafos:

"En su silencioso deambular de consulta en consulta, la historia clínica de la Gioconda ha ido acumulando diagnósticos de casi todas las especialidades médicas. En 1959 el Dr. Keele, experto en la obra científica de Leonardo, diagnosticó el embarazo de la modelo al identificar en cara, cuello y manos algunos de los cambios externos originados por las típicas alteraciones hormonales de la gestación, amén de la que el autor considera postura típica: los brazos cruzados sobre el regazo; opinión recientemente compartida por el Dr. Nulland. Entre ambos, el Dr. Marañón detectó una insuficiencia ovárica, hablando de mano hipogenital con aspecto de impregnación vasculolinfática, sensación de frialdad y que dejarían fóvea al apretarlas. En relación con el embarazo y el mayor riesgo en estos casos de parálisis facial, en 1989 el Dr. Adour identificó una parálisis de Bell parcialmente recuperada, aunque con las secuelas de una leve contractura muscular facial, evidente en la comisura bucal y ceja del lado izquierdo, y una desagradable sincinesia secundaria que provocaría continuos movimientos involuntarios faciales asociados a otros voluntarios o al simple parpadeo, lo que habría hecho imposible concluir la obra y obligado a Leonardo a una indefinición de rasgos. En este mismo sentido se ha manifestado Mantkelow, mientras que el prof. Schutzenberg se decanta por una contracción levemente tetanizada de los risorios de Santorini y el gran cigomático, bien de causa congénita o adquirida. Por su parte, el Dr. Borkowski descubre bajo el labio inferior de la joven una lesión cicatricial posiblemente secundaria a un traumatismo bucal con pérdida de piezas dentales, lo que ocasionaría la ausencia de sonrisa franca y la presencia de su característica boca. A este respecto, el Dr. Gargantilla diagnostica un bruxismo por estrés, lo que obligaba a la modelo a encajar bien ambos maxilares para evitarlo, aunque también apunta la posibilidad de que el gesto se deba a una falta de piezas dentales como consecuencia de las frecuentes piorreas de la época. Por otro lado, y en relación con ese peculiar esbozo de sonrisa, se ha lanzado la hipótesis de un ennegrecimiento de las piezas dentales por el tratamiento con mercuriales de la sífilis que padecería la modelo. También comparten el bruxismo por estrés, bien del continuo posar o por el reciente fallecimiento de un hijo, el prof. Miguel Lucas y el Dr. Filippo Surano. La esclerodermia, de mayor incidencia femenina, es otra patología identificada según el aspecto tenso y adherido a planos profundos de la piel de la cara, cuello, pecho y manos, junto con finos labios y un cierto fruncimiento de la boca. El Dr. Daudén Sala, dermatólogo, deteniéndose sobre todo en la ausencia de pelo en cejas y pestañas, habla de un defluvium capillorum, una alopecia universal debida a un estrés emocional mantenido, por lo que debemos suponer que la cabellera de la modelo sería una cuidada peluca. El Dr. Dequeker, en relación con un posible xantelasma situado en la proximidad del lagrimal izquierdo y un lipoma de unos tres centímetros de largo en el dorso de la mano derecha por debajo del dedo índice, diagnostica una hiperlipemia o hipercolesterolemia familiar tan severa como para haberle ocasionado la muerte con sólo treinta y siete años. Aunque este autor no detecta la presencia de arco corneal, el especialista japonés, Dr. Nakamuro, habla de coloración débilmente amarillenta de la conjuntiva del ojo izquierdo por consumo excesivo de grasas, pero esta heterocromía del iris es interpretada por el Dr. Rodríguez Cabezas como una iridociclitis heterocrómica de Fuchs, donde se asocian la citada heterocromía, uveítis y cataratas. En cuanto al lipoma antes citado, el Dr. Santiago Tamames amplía las posibilidades de dicha lesión nodular a un fibroma, un lipofibroma o simplemente a una elevación fisiológica de la eminencia tenar por la característica disposición de las manos. En relación con esta postura, donde la mano derecha aparece como sujetando a la izquierda, dando la impresión de aferrarse al brazo de la butaca, se ha interpretado como el intento por controlar un temblos de tipo parkinsoniano o también como una siringomielia con atrofia de Aran-Duchene unilateral de esta mano izquierda, de aspecto en garra y con marcada flexión de los dedos índice, medio y anular por retracción de la aponeurosis palmar. Tomando como punto de partida su expresión facial y lo que considera un desplazamiento asimétrico de la sonrisa al lado izquierdo, el Dr. Lay-Son habla de un tic distónico perioral, que sumado a la ausencia de cejas por una posible tricotilomanía, una dificultad de la modelo para mantener la atención y la concentración, o sea, una inquietud motriz, esto último apoyado en el manido relato vasariano de los músicos, cantantes y bufones contratados por Leonardo para entretener y hacer sonreír a la modelo, diagnostica un síndrome de Gilles de la Tourette. La pseudosonrisa, como la describe el Dr. Pastore, sería en su opinión el gesto forzado por la disnea de una mujer con un cuadro de dificultad respiratoria, un estado asmático que comparte el Dr. Schiarelli y al que se añade cierto estado depresivo. Esbozo de sonrisa que Freeman identifica como típica de la sordera, el prof. Royo-Villanova de ligeramente achispada o etílica, mientras otros ven la sonrisa vacía de la estúpida felicidad presente en la oligofrenia o la debilidad mental."


¡Impresionante!


Esto es lo que ocurre si tu retrato se convierte en una de las obras de arte más importantes de la historia y está expuesto públicamente a la opinión de los médicos. Pueden decir que estás embarazada o que sufres una insuficiencia ovárica; que te han quedado secuelas de una parálisis facial; que te faltan dientes o que se te han estropeado por culpa de los tratamientos antisifilíticos y por eso no te atreves a sonreír abiertamente; por eso, o porque te lo impide el bruxismo que padeces a causa del estrés; estrés que puede haberte hecho perder el pelo o que padeces tricotilomanía; que tienes el colesterol por las nubes; te diagnostican una atrofia muscular progresiva; que no puedes evitar los tics nerviosos o el síndrome de Gilles de la Tourette; que te aqueja una grave insuficiencia respiratoria; que estás deprimida; que estás sorda; que eres oligrofénica; o, incluso, que te has pasado con la bebida (lo cual, si tenemos en cuenta que Leonardo tardó casi tres años en pintar el cuadro, da bastante que pensar).


En fin... Como el mismo Martínez García apunta: "...el resultado se manifiesta como un auténtico compendio de medicina interna. Y aunque en nuestra profesión estamos acostumbrados a las inverosimilitudes, parece bastante improbable la ocurrencia simultánea de tal cúmulo de patologías en la aparentemente joven que posó para Leonardo."


El artículo completo se puede leer pulsando sobre el siguiente enlace:




Naturalmente, nuestro habitual final musical no podía ser otro que un fragmento de la célebre ópera de Amilcare Ponchielli y Arrigo Boito, La Gioconda. Y, concretamente, su melodía más conocida: "La Danza de las Horas" (en versión Disney).


BIBLIOGRAFÍA
MARTÍNEZ GARCÍA, A. (2006): "La Mona Lisa: un compendio de Medicina Interna". An. Med. Interna, 23, 3: 139-141. [Disponible en: http://scielo.isciii.es/pdf/ami/v23n3/humanidades.pdf; consultado el 17 de diciembre de 2011].
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