Irina V. Shevandronova (1928-1993). "En una consulta médica en Altai" (1953) Óleo sobre lienzo, c.119 x 145 cm. Colección Privada (Pulsar sobre la imagen para ampliarla) |
Irina Vasilevna Shevandronova fue una pintora rusa que nació en Moscú, el 24 de marzo de 1928, y falleció en esa misma ciudad en 1993. A la Shevandronova le tocó vivir la época de mayor auge de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1922-1991), cuando era la otra gran potencia mundial, en contraposición con los Estados Unidos de América. Aunque, también, tuvo que asistir a su disolución. Shevandronova vivió la Guerra Fría al otro lado de la "cortina de hierro" (lo que en España se tradujo como el "telón de acero"). Pero no parece que a ella -o, al menos, a su obra- le afectara mucho que el mundo estuviera partido en dos mitades. Sus paisajes son tranquilos y luminosos. Sus retratos amables. Y las escenas con niños -en las que destacó especialmente- están pintadas con una delicadeza, una ternura y una gracia exquisitas: emanando optimismo y bienestar.
Si tuviera que calificar con un solo adjetivo al cuadro que da inicio a esta entrada, diría "alegre". Pocas veces se puede decir esto de una pintura de tema médico. Inevitablemente, buscando posibles comparaciones, pienso en la obra de ese gran ilustrador, pintor y fotógrafo estadounidense que fue Norman Rockwell (1894-1978), algo mayor que la pintora rusa, pero no demasiado; al que se puede considerar, por tanto, contemporáneo suyo. Ciertas lenguas viperinas afirman que Rockwell, como buen capitalista, estaba muy influido por las grandes empresas, particularmente por la industria farmacéutica. No veo yo esa influencia por ninguna parte cuando contemplo a esos viejos médicos de cabecera "examinado" a las muñecas, supuestamente "enfermitas", que le presentan unas "preocupadas" niñas (ya tratamos este tema en Tiempo para la memoria), o en el inigualable "Before the Shot", por ejemplo. ¿Se puede suponer, entonces, que el Soviet Supremo, que en 1963 la nombró "Artista de Honor" impuso a Shevandronova su forma pintar? Pues, tampoco lo creo... Aunque, lógicamente, la cultura recibida durante sus años de formación tendría que manifestarse a la hora de expresar su peculiar sensibilidad artística.
Irina Shevandronova pintó este cuadro en 1953, el mismo año en que cumplía los veinticinco de edad. Diez años antes había comenzado sus estudios artísticos en Moscú, y ese mismo año, 1953, finalizaba su carrera universitaria, en la Facultad de Pintura del prestigioso Instituto Surikov. Durante 1951 y 1952 había viajado a la República de Altái, en Asia Central, al sur de la Unión Soviética, que tiene fronteras con Mongolia, China y Kazajistán; donde muchos de sus habitantes -como los que aparecen en el cuadro- pertenecen a grupos étnicos semejantes a los de esos países.
En el cuadro, el pequeño paciente, quien -por fortuna- no aparenta sufrir ninguna enfermedad grave, se deja hacer, apoyándose confiadamente en las rodillas de la sonriente doctora con flores en el pelo que le ausculta -pediatra o médico general, no sabemos, en todo caso, por el entorno en el que se desarrolla la escena, médico rural ejerciendo funciones pediátricas- más atento a su hermano pequeño que, como corresponde a su edad, procura coger uno de los numerosos frascos depositados sobre la mesa y, si no lo alcanza, es porque lo sujeta su madre sin perder de vista al enfermito. La decoración de la consulta es sencilla y modesta: madera en el suelo; en la camilla sobre la que se ha dejado el abrigo del niño; en la mesa de la doctora, una auténtica mesa camilla, con su mantel blanco, en vez de la habitual mesa de despacho; en el armario que contiene, probablemente, instrumental y medicinas. Tan solo el típico taburete redondo parece tener las patas metálicas. Al fondo, detrás de la madre, creemos ver un lavamanos. La intimidad del acto médico no se encuentra debidamente preservada, porque a través del amplio ventanal que ocupa casi por completo la pared situada a la espalda de la doctora, asoman las caritas de tres criaturas (compañeros de juegos del paciente, sin duda) que observan con curiosidad cuanto ocurre dentro. No pondremos una reclamación ante la autoridad competente por dicha falta de intimidad. Ese ventanal nos deja ver las montañas de Altái y permite que, a través de sus cristales, la cálida luz de la mañana inunde la escena con todo su esplendor. ¡Así da gusto pasar consulta!
Si tuviera que calificar con un solo adjetivo al cuadro que da inicio a esta entrada, diría "alegre". Pocas veces se puede decir esto de una pintura de tema médico. Inevitablemente, buscando posibles comparaciones, pienso en la obra de ese gran ilustrador, pintor y fotógrafo estadounidense que fue Norman Rockwell (1894-1978), algo mayor que la pintora rusa, pero no demasiado; al que se puede considerar, por tanto, contemporáneo suyo. Ciertas lenguas viperinas afirman que Rockwell, como buen capitalista, estaba muy influido por las grandes empresas, particularmente por la industria farmacéutica. No veo yo esa influencia por ninguna parte cuando contemplo a esos viejos médicos de cabecera "examinado" a las muñecas, supuestamente "enfermitas", que le presentan unas "preocupadas" niñas (ya tratamos este tema en Tiempo para la memoria), o en el inigualable "Before the Shot", por ejemplo. ¿Se puede suponer, entonces, que el Soviet Supremo, que en 1963 la nombró "Artista de Honor" impuso a Shevandronova su forma pintar? Pues, tampoco lo creo... Aunque, lógicamente, la cultura recibida durante sus años de formación tendría que manifestarse a la hora de expresar su peculiar sensibilidad artística.
Irina Shevandronova pintó este cuadro en 1953, el mismo año en que cumplía los veinticinco de edad. Diez años antes había comenzado sus estudios artísticos en Moscú, y ese mismo año, 1953, finalizaba su carrera universitaria, en la Facultad de Pintura del prestigioso Instituto Surikov. Durante 1951 y 1952 había viajado a la República de Altái, en Asia Central, al sur de la Unión Soviética, que tiene fronteras con Mongolia, China y Kazajistán; donde muchos de sus habitantes -como los que aparecen en el cuadro- pertenecen a grupos étnicos semejantes a los de esos países.
En el cuadro, el pequeño paciente, quien -por fortuna- no aparenta sufrir ninguna enfermedad grave, se deja hacer, apoyándose confiadamente en las rodillas de la sonriente doctora con flores en el pelo que le ausculta -pediatra o médico general, no sabemos, en todo caso, por el entorno en el que se desarrolla la escena, médico rural ejerciendo funciones pediátricas- más atento a su hermano pequeño que, como corresponde a su edad, procura coger uno de los numerosos frascos depositados sobre la mesa y, si no lo alcanza, es porque lo sujeta su madre sin perder de vista al enfermito. La decoración de la consulta es sencilla y modesta: madera en el suelo; en la camilla sobre la que se ha dejado el abrigo del niño; en la mesa de la doctora, una auténtica mesa camilla, con su mantel blanco, en vez de la habitual mesa de despacho; en el armario que contiene, probablemente, instrumental y medicinas. Tan solo el típico taburete redondo parece tener las patas metálicas. Al fondo, detrás de la madre, creemos ver un lavamanos. La intimidad del acto médico no se encuentra debidamente preservada, porque a través del amplio ventanal que ocupa casi por completo la pared situada a la espalda de la doctora, asoman las caritas de tres criaturas (compañeros de juegos del paciente, sin duda) que observan con curiosidad cuanto ocurre dentro. No pondremos una reclamación ante la autoridad competente por dicha falta de intimidad. Ese ventanal nos deja ver las montañas de Altái y permite que, a través de sus cristales, la cálida luz de la mañana inunde la escena con todo su esplendor. ¡Así da gusto pasar consulta!
Muy de acuerdo contigo, doctor Doña, en que este cuadro sea "alegre". Ya la curación lo debe ser siempre. No soy médico pero creo que a veces - siempre que se pueda - debe rodearse de la alegría. Es el intento de recuperación de la salud, del bienestar, y - si el entorno de la habitación no pudiera serlo - ya la serena sonrisa del médico, su disposición positiva para traer de nuevo la salud, debe transmitir alegría al paciente: paz. Todo puede resolverse en el mundo. En este cuadro además los colores invaden a las sombras, lo visillos abiertos dejan que el sol entre en las tinieblas de las heridas, las manos eficazmente actúan. Es, como toda curación, un acto de esperanza y a la esperanza se la debe rodear de alegría.
ResponderEliminarFelicidades, como siempre, por la precisión tan documentada de este post.
Un abrazo
Hoy te estoy especialmente agradecido, José Julio, por el precioso texto que nos has regalado a todos. Es lo que te decía anoche, hablando de cuanto enriquecen los comentarios, elevado a la enésima potencia.
ResponderEliminarMuchas gracias, y un fuerte abrazo.
Nada que añadir a la completa descripción del cuadro y su entrañable escena, querido Francisco. Sólo subrayar el final: en esas relajantes condiciones da gusto pasar consulta.
ResponderEliminarUn relajante abrazo.
Muchas gracias, amigo José Manuel. Reitero mis mejores deseos para Marcos en este día.
ResponderEliminarUn relajado abrazo dominical.
Debo reconocer que no conocía a esta pintura rusa, pero si a Norman Rockwell, de hecho tengo un libro enorme con sus cuadros...no sé si estaba influido por las grandes farmaceúticas pero desde luego pero parece uno de los grandes transmisores de la cultura yankee de los '50, de esos anuncios de Coca-Cola al estilo Grease :)
ResponderEliminarUn abrazo.
Rockwell se ganó la vida, en gran parte, como ilustrador y, por lo tanto, trabajaba por encargo. Es "culpable", por ejemplo, de la difusión mundial de ese señor grueso (antes más que ahora,por aquéllo de las modas), con larga barba blanca y vestido de rojo (el "rojo Rockwell") que nos invade por Navidad, queriendo sustituir a nuestros Reyes Magos (mucho más elegantes, sin duda). Pero... era un pintor genial.
ResponderEliminarEl cuadro de la Shevandronova es encantador.
Muchas gracias, buen domingo y un fuerte abrazo CAROLUS.
Esta consulta médica improvisada está a medio camino entre los médicos de pueblo que recorrían casa por casa en busca de sus pacientes y la medicina del tercer mundo, con sus medios limitados. Y es que no hay que olvidar que la Rusia de los años 50 dejaba mucho que desear en cuestión de avances sociales.
ResponderEliminarSaludos
Sin duda, Carmen, los medios materiales de dicha consulta eran muy limitados, como corresponde a la época y al lugar. Pero quiero creer que esa falta se veía compensada con creces por la actitud que se aprecia en la doctora del cuadro.
ResponderEliminarMuchas gracias, y un muy afectuoso saludo.
Después de un largo tiempo alejado de las conexiones informáticcas e internet, regreso y me sigo encontrando estudios de obras de arte con tanto rigor y calidad, como esta obra de este pintor ruso, totalmente desconocido para mí. Bueno, Francisco, Saludos y seguimos en contacto.
ResponderEliminarBienvenido, Paco. Muchas gracias por tan amable comentario. Seguiremos en contacto.
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