Don Manuel María de los Dolores Falla y Matheu nació en Cádiz (España), el 23 de noviembre de 1876, y murió en Alta Gracia, provincia de Córdoba (Argentina), el 14 de noviembre de 1946, a punto de cumplir los 70 años de edad. Que fue "...uno de los músicos más importantes de la primera mitad del siglo XX en España" -como leemos en Wikipedia- no lo duda nadie. "Falla no es un compositor cuantitativo, pero sus composiciones rezuman calidad" -señalaba recientemente mi querido amigo el Dr. José Manuel Brea, en su blog "Medicina y Melodía"-. Y añadía: "Su escasa obra es magistral". La genialidad del compositor gaditano es indiscutible. Se discute, en cambio, y probablemente seguirá discutiéndose, sobre cuáles fueron las enfermedades que padeció a lo largo de su vida y como pudieron influir éstas en su obra. Se ha dicho, por ejemplo, que dejó inacabada La Atlántida "...debido a las limitaciones que le ocasionaron sus numerosos episodios de hipocondría...". Los doctores Fausto Galdo y Carlos Fernández, por su parte, niegan que Manuel de Falla fuera tuberculoso (aunque otros pensamos que la tuberculosis de Falla está suficientemente acreditada) y dan poca credibilidad a otras teorías, "...como la sífilis propuesta por Campodónico en 1956"; proponiendo la hipótesis "...de que Falla sufría una espondiloartropatía asociada a enfermedad de Crohn..."(1)
Con la intención de aportar un documento para el mejor conocimiento de la patobiografía de Manuel de Falla, transcribo en esta entrada un texto -en mi opinión poco conocido- del Profesor Orozco.
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Profesor Dr. D. Antonio Orozco Acuaviva (1934-2000)
(Este dibujo se encuentra entre los retratos de
Presidentes del Ateneo de Cádiz) |
En noviembre de 1946, coincidiendo con el cincuentenario de la muerte de Manuel de Falla, don Antonio Orozco Acuaviva era -entre otras cosas- Catedrático de Historia de la Medicina, Presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz, Director de la Real Academia Hispanoamericana, de esta misma ciudad, y Fundador y Presidente de la Sociedad de Historia de la Medicina Hispanoamericana. Hombre de cultura extraordinaria, gran afición por el arte, en sus más variadas manifestaciones, y profundo conocedor -por diversos motivos- de la vida y la obra de su paisano Falla, Orozco puso su mayor ilusión y todo su empeño en que Cádiz recordara como correspondía a su ilustre hijo fallecido cincuenta años antes en Argentina. Como Director de la Real Academia Hispanoamericana de Cádiz, de la que Falla había sido nombrado Académico de Honor el 7 de abril de 1923, él fue el principal impulsor de los homenajes que entonces se le tributaron al gran compositor. Entre ellos, un ciclo de conferencias. En el Discurso de Contestación a una de esas conferencias, que era también Discurso de Ingreso en la Hispanoamericana del Profesor don Fernando Sánchez García, el 17 de diciembre de 1996, el Profesor Orozco dijo:
"Durante muchos años la gente ha ignorado la enfermedad que padecía y mató al maestro Falla. En las noticias de prensa y en muchos de sus apuntes biográficos se hablaba de 'crisis de agotamiento y fatiga', 'ataques de nervios' y en algún caso de 'reuma', por sus problemas articulares. Incluso Viniegra que tan bien lo conoció, se limita a transcribir las notas de Pemán cuando le visitó en Los Espinillos y le abrazó solamente con un brazo, porque el otro -decía Pemán- había tenido 'despegada la clavícula aunque ahora ya estaba soldada'. Por las referencias que se hacía sobre su meticulosidad en la ingestión de múltiples medicamentos y su escrupulosidad por la limpieza, parecía a primera vista que estábamos ante un neurasténico.
Pero la palabra maldita, 'tuberculosis', nadie se atrevía a pronunciarla. O se ignoraba o se ocultaba.
Esto no tiene nada de particular en la psicología de la época. Desde el principio del siglo XIX la tuberculosis, la tisis, la 'peste blanca', era una lacra social y por lo tanto una enfermedad vergonzante que ocultaban a los demás la familia y el enfermo. Como se quejaba allá por los años veinte uno de nuestros primeros tisiólogos, el Dr. Valdés Lambea de Madrid, en España, por desgracia, la tuberculosis no se considera una desgracia, sino una deshonra. Ya en aquella época éste mismo autor publicó una serie de trabajos sobre la psicología de los tuberculosos, basado en su amplia experiencia y que yo traigo a colación porque conservan aún toda su actualidad.
La primera descripción acertada que conozco de la enfermedad de Falla la encontré, en mi homónimo Emilio Orozco Díaz, en 1985 al relatar el estado grave en que se encontraba Falla en Córdoba en 1937, al describirlo como un 'antiguo tuberculoso pulmonar', con un 'absceso tuberculoso subclavicular que fue intervenido quirúrgicamente varias veces por el catedrático de aquella Facultad D. Francisco Mesa Moles'. Asímismo tuvo una 'artritis tuberculosa del tarso derecho' que le imposibilitó en cama durante mucho tiempo y luego le obligó al uso de un bastón... Estas noticias coinciden con las que actualmente nos vienen de Argentina, aunque las normas deontológicas hayan impedido hasta ahora abrir los arcanos de los archivos clínicos de los médicos que le atendieron, que casi todos deben ya haber fallecido y sus papeles posiblemente perdidos. Casi solo nos queda el recuerdo que transmite Emilio Orozco de los 'ganglios cervicales' que le trataba en Granada Federico Olóriz, o los 'abscesos dentales' que le curaba el odontólogo Dr. Gálvez. Pero éste es un tema sobre el que nunca se ha profundizado por la referida actitud psicológica nacional. Entre el secreto profesional, la discrección familiar y el rechazo social a muchas enfermedades han hecho que la patobiografía de muchos de nuestros genios no se conozca bien, mientras se conocen perfectamente las de muchos de sus contemporáneos de Europa y América.
No queremos ser nosotros los que rompamos esa tradición nacional, pero debemos desmitificar la tuberculosis ahora que desgraciadamente vuelve a comenzar a hacer estragos en nuestra infancia y juventud. Porque la tuberculosis, si me permitís la expresión, es una enfermedad bella. Bella y triste, si se quiere, como la Dama de las Camelias. Pero aunque triste y trágica, espiritualmente bella.
Es cierto que algunas alteraciones mentales se encuentran relacionadas con la tuberculosis. Algunos de los "locos egregios" de los que hablaba Vallejo Nájera eran efectivamente tuberculosos, lo cual no es nada extraño teniendo en cuenta lo extendidísima que se encontraba la enfermedad. Pero no estoy refiriéndome a cuadros de psicosis, sino a esos estados mentales como neurosis pasajeras, estados depresivos y sobre todo estados de excitabilidad que hace tan peculiar la psicología de los tuberculosos. Estas alteraciones psicológicas se pretenden explicar por la toxemia fímica, que impregna todo el organismo, aunque los gérmenes estén acantonados en determinadas estructuras histológicas.
Es a esa acción toxémica a la que se atribuye esa hiperexcitabilidad que muestra el sujeto tuberculoso con sus mejillas encendidas que contrastan con la palidez de su piel, las pupilas dilatadas, la taquicardia, la febrícula, la locuacidad, la brillantez psíquica, la memoria fácil, la imaginación viva y sobre todo ese optimismo que no concuerda con su verdadera situación orgánica. Se cree poseedor de todo el tiempo del mundo. ¿Cuánto tiempo le queda a la Atlántida para estar terminada?, le preguntaban al maestro: 'Seis meses', contestaba invariablemente. Y continuaba un año y otro limando y perfeccionando lo escrito, porque algún día la acabaría..."(2)
Y, más adelante, concluye:
"Su precocidad infantil, su fina sensibilidad que le hace sufrir tremendamente ante las amarguras de la guerra, su seriedad de carácter desde niño, su brillantez imaginativa... todo ello coincide con el psiquismo de su hábito leptosomático y la incidencia de una bella, pero cruel enfermedad que le martirizó durante toda su vida y contra la que empleó los insuficientes tratamientos de la época: reposo, clima de montaña, sobrealimentación, calcio... Toda su vida transcurrió entre el debatirse en una batalla a brazo partido contra la cruel fimia que le consumía, al igual que la mítica Atlántida se debatía contra las olas del mar profundo que se la tragaba, y la lucha constante de su alma grande y exquisita para alcanzar a través de la Música las cotas más altas de la espiritualidad que le llevaba a buscar a Dios..."(3)
Lamentablemente, no he podido localizar, todavía, ningún artículo científico donde Galdo y Fernández expongan su hipótesis sobre la posible espondiloartropatía asociada a enfermedad de Crohn que, según ellos, padecía Falla. No dudo que tendrán sólidos argumentos científicos para afirmarlo. Tampoco he podido localizar, aún, los escritos del psiquiatra Enrique González Duro que esos mismos autores mencionan. Sin embargo, el crédito que me merece el Profesor Orozco me hace pensar que no puede descartarse la tuberculosis de Falla como uno -al menos- de los factores que más influyeron en la vida y la obra de don Manuel de Falla.
Tras su muerte, el cadáver de Falla fue embalsamado y trasladado desde la Argentina a España, donde hoy reposan sus restos en la Catedral de Cádiz. ¡Descanse en paz! Pero su música sigue viva, y como ejemplo sirva esta Danza ritual del fuego, en la versión orquestal de El amor brujo (1925) dirigida por Barenboim.
Notas:
(2) OROZCO ACUAVIVA, Antonio (1996): Biopatografía de D. Manuel de Falla. Discurso de contestación del Excmo. Sr. D. - al de ingreso en la Real Academia Hispano Americana del Ilmo. Sr. D. Fernando Sánchez García el 17 de Diciembre de 1996. En: OROZCO ACUAVIVA, A. (Editor) (2000): Manuel de Falla, Cádiz e Hispanoamérica. Cádiz, Real Academia Hispano-Americana: 94-96. Desgraciadamente, el Profesor Orozco, mi querido y admirado Maestro, no pudo ver publicado este libro. Un trágico accidente de tráfico se lo llevó el 21 de julio de 2000. También él: ¡Descanse en paz!
(3) Ibidem: 96.